"Si el psicoanálisis tiene alguna posibilidad de éxito es porque no pretende dominar". Esta frase dicha por Christiane Alberti en el marco de su conferencia en las 32J[1], atravesó la pantalla gigante del Zoom que conectaba dos ciudades del mundo y se volvió la clave de lectura que orientó toda la jornada de trabajo.
¿Cómo pensar el "éxito" del psicoanálisis?
Para desplegar este interrogante, Albertí propuso tener en el horizonte la lógica del final del análisis, enfatizando que lo que se espera de un recorrido analítico es que se encuentre la vía por donde el sujeto se reconcilie, se ponga de acuerdo, se identifique con su síntoma y pueda hacer de él una fuente de felicidad. En este punto tomó un fragmento de la conferencia en la Universidad de Yale[2], donde Lacan indica que no hay que llevar un análisis demasiado lejos, ya que será suficiente con que el analizante piense que es feliz por vivir. Cuando el síntoma -que es goce disfrazado de sufrimiento, aclara Christiane Alberti- se trasforma en vivir o en al placer de vivir, allí es posible ubicar ese punto del final y no hay más razón para seguir porque con eso basta para vivir mejor.
Asimismo, precisó tres componentes ideológicos para orientarnos en la lectura de la actualidad. El primero, la desaparición del valor complejo del síntoma con las consecuentes intervenciones directas sobre el cuerpo y la multiplicación de nominaciones de trastornos. El segundo, la generalización del concepto de identidad de género y el tercero, la reducción de la función de la palabra a una estricta literalidad, donde es tomada al pie de la letra, binaria y sin paradojas. Sobre estos mojones, Alberti apoyó la pregunta: ¿cómo se encuentra la perspectiva del "con eso basta para vivir" en el tiempo presente?
El psicoanálisis se centra en la función del síntoma a partir de una experiencia de palabra singular. Ser un discurso que no pretende dominar, ni coagular verdades, alcanzar alguna norma o ideal clínico, es la brújula lacaniana.
La vertiente lógica de la estructura de la Escuela se organiza en un no saber fundamental, en el vacío de respuesta frente a la pregunta ¿qué es ser un analista? Ese no saber por dónde respiran las Escuelas posibilita que los practicantes busquen un modo de maniobrar cada vez en cada caso, para así trazar el recorrido de una cura.
Con estas frases resonando en los amplios salones donde se desarrollaron las jornadas de la EOL, se abrió paso la plenaria clínica[3] de esa misma mañana. La lectura de los casos y sus comentarios dieron cuenta de un éxito único e intransferible en cada analizante. Un niño que pasó del arrebato mudo a hacer escuchar su voz a sus pares dejando atrás los golpes y las patadas, una mujer que enlaza el sufrimiento ligado a relaciones amorosas y laborales con un silencio familiar que produce un efecto evidente sobre sus inhibiciones y el caso de un joven que, vía la apuesta decidida de su analista, conmueve la secuencia de acting mortíferos en el que discurría su vida y logra abrir una vía significante por donde comenzar a armar una solución distinta sobre los asuntos cruciales de su vida. En cada caso, los practicantes dieron cuenta de cómo cada analizante va encontrando el modo de vivir mejor en los tiempos que corren, vía la ética del psicoanálisis.
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