Me gusta la idea de escribir sobre "las resonancias de la experiencia LCA" porque invita a elaborar aquello que dejó como saldo. Formar parte de la organización del evento me dio la oportunidad de recoger los efectos que la experiencia suscitó en aquellos que pasaron por allí.
"Esta experiencia es una interpretación a la escuela", escuché decir a una participante. Pero ¿Qué significa esta interpretación?
Hoy sabemos que este evento "hizo olas" mucho más allá de lo que preveíamos [1]1. Algo fue tocado y, justamente por eso, se convirtió en un acontecimiento.
En cierto sentido, parece ser una interpretación basada en nuestra experiencia en el trabajo y en la lectura del objeto a lacaniano. Es a través de esa elaboración, así como de pensar la relación entre el psicoanálisis y la ciudad, que pudimos transmitirlo como experiencia para los demás e incluso para nosotros mismos.
Pero, sobre todo, considero que la experiencia LCA funcionó como iluminación para un movimiento que ya existe. El evento interpreta la partitura de un psicoanálisis posible que se compromete con la exigencia de la época: que sale y sostiene su presencia en una conversación con los otros. Funcionó como instrumento para dar voz al entrelazamiento entre el psicoanálisis y la ciudad. Es en la Escuela y también más allá de sus puertas donde circula la transmisión del psicoanálisis; allí donde no se limita a quienes ya comparten la experiencia, sino que también alcanza a quienes no la comparten.
En la sala "siempreviva" hay una gran figura que muestra el contorno de un cuerpo cubierto con frazadas de hospital. Conectado y rodeando ese cuerpo, hay bolsas que contienen sangre, recipientes con fluidos, jeringas y cajas de medicamentos.
Aquel que se acerca a la sala termina siendo parte de la escena: alguien cierra los ojos, se tapa los oídos y rápidamente sale. Alguien más se acerca al cuerpo cubierto y pretende levantar el velo para ver qué hay debajo.
Para participar de la experiencia LCA, la presencia en carne y hueso es necesaria, es una experiencia que compromete el cuerpo y, con ello, advienen los efectos.
Al ingresar a la sala, se revela claramente un cuerpo que se rebela y se complica, ofreciendo el escenario vivo de aquello que la clínica nos enseña: que el asunto del cuerpo no es fácil de dominar. Recogemos los efectos de adentrarnos en una escena que logra cernir el objeto en una consistencia que no es la del significante, sino la del cuerpo. Un objeto que cae del cuerpo como resto. Esta puesta en escena testimonia y nos hace presente la relación con el propio resto, que viene del interior, que retorna y nos perturba.
Una participante del evento, sin relación con el ámbito de la Escuela ni con el psicoanálisis, me consulta sobre "la posibilidad de pedir atención en la institución".
¿Podemos situar ya esta demanda como un efecto propio de la transferencia?
Sin duda, allí la experiencia LCA cumplió su papel como un acto que antecede la ocasión transferencial. Un evento que se alejó del diálogo convencional, donde se percibió la disposición de presencia y escucha psicoanalítica. Queda claro que el psicoanálisis no persigue la norma, y es justamente ahí donde se asienta su incidencia fundamental: el uno por uno. Poder transmitir esto es habilitar un espacio para que el sujeto contemporáneo encuentre un lugar propicio para alojarse.
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